Uno puede pensar varias veces en terminar todo en un solo instante, una manera de lograrlo sería dar un paso y dejar que el viento choque contra el rostro mientras recorres una distancia de 15 metros, esta acción no llevaría más de 3 segundos. Otro método podría ser jalar un gatillo teniendo las debidas precauciones de que la bala entre al cerebro y que ella desconecte toda función básica para la vida. Don Gregorio no quiso hacer una elección entre estas dos opciones el solo se dio un disparo en la sien cuando estaba parado en la barda de una azote de quince metros.
¿Quién no, en algún momento de depresión ha pensado en ponerle fin a su vida? es decir, después de un gran análisis y llegar a la conclusión de que todo es una mierda despedirse de ello con una simple acción, el suicidio ¿Pero cuántos de esos locos tienen la determinación para hacerlo? Esta pregunta es la que recorre mi cabeza ahora que entro a mi cuarto y pienso en don Gregorio.
Es verdad que era un ermitaño, que poco se sabía de su vida, que los únicos detalles confirmados eran proporcionados por la señora Ana, la dueña de la tiendita de la esquina y con la única persona que se le veía platicar. Tenía 58 años pero en su cara se reflejaba mucho más experiencia que la adquirida en ese periodo de tiempo. Había estudiado filosofía, historia, literatura, economía y artes plásticas, Ana jura y perjura que un día le llevo los diplomas para que no lo creyera un loco chamuyero (como el mismo lo decía), después de una larga platica Ana nos platica que Don Gregorio dijo que de nada le sirvió todo lo estudiado más que para generar problemas en su cabeza, estas fueron casi las últimas palabras que e menciono, o al menos de las que se tiene registro. Después de la plática Don Gregorio salió del changarrito de la señora Ana, rompió los diplomas y los tiro en el primer cesto que encontró, Ana aun conserva los diplomas o al menos eso dice, algo es seguro, cualquier persona que lo viera en la calle dudaría que él si acaso termino la primaria.
En el velorio a caja cerrada –por obvias razones– no se contaban más de quince personas todos vivían en el mismo barrio, ocho en la misma vecindad, la única vecina que no estaba era la señora que le rentaba el cuarto en el que vivía, después de unos días dijo que no asistió al velorio porque tenía que hacer declaraciones y papeleos, como le pagaba la renta de trescientos cincuenta pesos al mes, es para todos un misterio hasta la fecha sin respuesta.
Ese pequeño cuarto sigue cerrado, la dueña no ha querido abrirlo, su mojigatez se lo impide yo cada día que paso por ese lugar me pregunto qué tipo de objetos se encontraran en su interior y si acaso entre todos esos desperdicios se podrá encontrar algún rastro de su vida. Daré una semana, sino han sacado las cosas veré la forma de entrar sin que nadie se dé cuenta.
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