lunes, 6 de julio de 2009

La destrucción de un traje



La destrucción de un traje es una obra tan particular que resulta sumamente difícil de exhibir. Consiste en un traje a la medida que mandó a hacerse el artista, y que portó religiosamente durante un año. Actualmente se encuentra exhibida en Galería 13, junto con mucha documentación fotográfica del proceso de destrucción, dos videos y residuos de desechos corporales. Tuve la fortuna de ver la exposición con el artista (Horacio Cadzco) presente. La intención, como brevemente explicó el artista, es mostrar un traje como máscara que permite vivir en sociedad y cómo ésta, al irse destruyendo, va mostrando al hombre concreto. Hay aquí, entonces, un doble proceso que tiene que ver con el reconocimiento como sujeto.

En la Fenomenología del Espíritu, Hegel explica la lucha por el reconocimiento como una dialéctica del amo y el esclavo. Originalmente, el hombre andaba por el mundo apropiándose de todo lo que se le oponía y satisfaciendo sus necesidades inmediatas. Recoger una naranja y comerla era un modo de apropiársela, por ejemplo. Pero en el momento en que este otro dejó de ser un objeto y se enfrentó ante otro como yo, otro que busca apropiarse de mi, ambos entran en una lucha a muerte por el reconocimiento. De este modo explica Hegel la relación de los hombres entre sí: como una lucha en donde gana aquél que se hace reconocer por el otro arriesgando más su propia vida, y así se convierte en amo; mientras que, por el contrario, el que cede su reconocimiento se convierte en esclavo. Por otro lado, el reconocimiento que el amo gana para sí, si bien lo hace señor, no resulta ser tan valioso al final del día, pues es un reconocimiento de alguien inferior a sí, es el reconocimiento de un esclavo.

La obra de Cadzco evidencia un paso del amo al esclavo, y un proceso en sentido inverso también. El esclavo ya no es reconocido, pero a la vez gana libertad y humanidad. Destruir el traje es adentrarse en uno mismo hasta el límite, destruir la máscara es construir al hombre. Y por medio de esa sublimación que el artista intenta, vuelve a ganar en la lucha por el reconocimiento, al final se vuelve un acto de autoafirmación.

En ese sentido me parece que, aunque el traje es esencial como símbolo, la obra tiene más valor hacia adentro. Exponer tal cual el traje en una linda galería con luz apropiada, paredes super bien pintaditas, etc. crea una sensación de morbo en el espectador, o de asco. Y no es que el artista no quiera lograr eso (me queda claro que sí), sino que también debería intentarse una especie de empatía.

Retomando la premisa del artista de sublimar materiales y experiencias que a todas luces nos parecen sucias, yo propondría exhibir esa obra en un terreno baldío, una vecindad, etc., en donde no necesariamente la veamos desde nuestro pedestal de hombres limpios y conocedores, sino al mismo nivel, y así seamos capaces de adentrarnos en su experiencia. Más aún, podríamos llevar esa misma sublimación hacia el lugar desagradable y, de ese modo, reconocerlo también.

Asimismo exhibiría más obra de la que realizó estando en el hotel, rechazado y despersonalizado, porque ahí es donde está la fuerza de la obra. Exhibiendo tantas fotos de su cuerpo, si bien son super necesarias, puede causar más morbo que fascinación, lo cual es, por cierto, lo que nos pasó a nosotras. La mayoría nos imaginamos situaciones sobre su vida cotidiana, pero nadie le preguntó al artista qué tan solo se sentía, qué tan fuerte fue negarse a sí mismo el reconocimiento de la sociedad, perderse entre la pobreza y podredumbre de la ciudad, y más aún, qué tan renovado salió de esa experiencia. Me parece que todas esas preguntas son las que deberíamos provocar en el espectador, más allá de si le salieron hongos o si lo dejó la novia.

Recomiendo amplísimamente la exposición que me parece se desmontará en poco tiempo. Vale muchísimo la pena si tienen estómago fuerte.

Esta reseña fue tomada de la siguiente dirección:

http://blog.epopteia.com.mx/index.php/2009/06/01/la-destruccion-de-un-traje/

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